La obra de Javier Puértolas ha estado desde siempre vinculada a la narración. Son pinturas que explican cosas y no se detienen en una vaga especulación formal: fue así en su etapa de compromiso pictórico y continúa siéndolo ahora con una pintura que alude y menciona constantemente al momento fugaz de una narración.
En sus naturalezas suspendidas en el espacio, sigue vigente el factor narrativo, aunque más sofisticado, ya no se trata de explicar con claridad una historia comprometida, sino más bien de proponerse el desafío de captar el momento más fecundo de una narración.
En toda narración existe movimiento, direcciones diversas que no obstante tienen un momento de privilegio, sin antes ni después, y es ese preciso momento, el que Javier Puértolas intenta captar y poseer con su pintura haciendo realidad el aforismo oriental, según el cual, todas las líneas y cosas de la naturaleza están vivas porque toda la naturaleza se mueve constantemente en alguna dirección y el artista debe saber reflejar ese movimiento con sutil intuición.
El arte de todos los tiempos ha deseado establecer vínculos claros con la naturaleza y no en pocas ocasiones encontramos el intento por representar aspectos de esa naturaleza; sin embargo, son pocos los que consiguen que la estabilidad de las naturalezas muertas dejen de parecemos objetos inmóviles y yacentes. La representación de la naturaleza supone una reflexión sobre lo cambiante, sobre lo móvil y ese desafío de representar la vivacidad de lo natural no se suele encontrar en la pintura occidental, que acostumbrada a los modelos rígidos, no sabe captar ese momento más fecundo de toda acción.
Ese momento suspendido, apenas tangible en el que desaparece toda opinión, es un instante privilegiado lleno de silencio, es un momento en el que Puértolas consigue representar el instante en su más absoluta belleza. Porque la percepción del instante es siempre bella; tanto es así que el propio Goethe dice por boca de su Fausto; «… entonces diría al instante que transcurre veloz, ¡detente! ¡eres tan hermoso!*.
La belleza de lo móvil y cambiante ha producido un efecto contundente en la sensibilidad plástica contemporánea, y en esa dirección fascinante de lo inmediato se encuentra la obra de Javier Puértolas, quien con sus constantes intuiciones del tiempo vertical, despierta en el espectador un torrente espontáneo de sugerencias que le obligan a corresponder a la obra que contempla con similar intuición, en definitiva es una dialéctica de intuiciones que sacude a la conciencia adormecida con la vitalidad que caracteriza a las nuevas tendencias pictóricas, que con su fuerza en el trazo y en el color demuestran la necesidad de mantener en permanente vigilia la atención del espectador.
Javier Puértolas sugiere con su obra, que a pesar de la quietud —factor inevitable de la labor pictórica— existe un tiempo instantáneo que precede y que sigue a toda acción, recordemos la frase de Schopenhauer que decía.-«nadie ha vivido el pasado, nadie vive el futuro, el presente es la forma de toda vida, es una posesión que ningún mal puede arrebatarme».
En el deseo de recoger la vivencia del presente, Puértolas hace que la naturaleza muerta se nos muestre viva y nos ayuda a comprender —pues toda pintura es una reflexión— que existe un valor en la sutil sugerencia del instante. La obra es a la vez una finalidad en sí misma y también una acertada alegoría del tiempo, pues el tema mismo de la naturaleza alude directamente al paso del tiempo, no en vano el deterioro de la naturaleza viva y su inevitable crecimiento y muerte ha sido una metáfora utilizada por poetas y filósofos para tratar el problema de la sucesión temporal.
Sin olvidar tampoco la metáfora bíblica del inicio, según la cual el hombre a causa de la mítica tentación de la naturaleza, tuvo que dejar el corazón del Edén y entrar en la historia: el tiempo empezaba su recorrido y nos alejaba de aquel paraíso en el que el tiempo estaba detenido y la naturaleza era inmortal.
Javier Puértolas ha sabido ofrecernos estas alegorías llenas de sentido, sin acudir a temas complejos o de difícil interpretación, más bien, al contrario, con la intuición sentimental que caracteriza a todo creador, ha utilizado el lenguaje pictórico como un código que no habla constantemente de la fugacidad y de lo instantáneo, a través de formas ágiles y espontáneas, de colores rotundos que lo emparentan con la pintura moderna.
Todos los elementos formales de su obra nos refuerzan la idea de que estamos ante un pintor que sabe intuir el instante, así encontramos un espacio en el que unos trazos que recuerdan vagamente la presencia de una hipotética mesa que ha perdido su función estable; en ocasiones esos trazos que limitan el espacio dejan paso a cuñas triangulares que de modo ascendente vinculan lo terrenal con lo celeste en un espacio vertical que habla a su vez de un tiempo vertical: tiempo profundo del aquí y ahora.
Las frutas son los elementos más destacados de la composición y por su protagonismo deben aludir también a la movilidad y a la fugacidad, por ello Puértolas las enmarca con un perímetro de carboncillo hecho de gestos decididos que limitan el color propio de la fruta, ese perímetro a veces dá la sensación de que enmarca un retazo del fondo mismo del cuadro, creando una dialéctica efectiva y vinculante entre el fondo y el propio contenido de la fruta, estableciéndose un flujo móvil entre el fondo y el primer término; incluso el color y las pinceladas gruesas consiguen ser espontáneas y dinámicas, y a pesar de la fuerza interna de los colores, las frutas tienen la ligereza de una pompa de jabón.
Como se ve, el juego es constante y el peso y la densidad de un cuerpo sólido puede convertirse en un elemento etéreo y deslizante. Incluso en un mayor juego de contrastes y paradojas, los colores naturales de cada fruta se intercambian con total libertad, aludiendo a esa mágica correspondencia que existe entre todas las cosas.
Por medio de la intuición sensible, Javier Puértolas consigue que entendamos la realidad como «un todo» permanente cambiante, en el que no existen cosas definibles e inmóviles, sino que todas las cosas obedecen a ese ritmo vital que da emoción a la labor pictórica, ese ritmo es esa sutil intuición del instante en el que viven las cosas y que nos mantiene en una perpetua vigilia enamorada con lo real.
Jesús Martínez Clarà